El Evangelio de este domingo (Lc 18, 9-14) nos presenta la parábola del fariseo y el publicano que suben al templo a orar. Dos hombres, dos actitudes y dos caminos espirituales muy distintos. El fariseo, seguro de sí mismo, se enaltece ante Dios enumerando sus méritos; el publicano, en cambio, se reconoce pequeño, necesitado, y con el corazón contrito dice: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!». Jesús concluye con fuerza: «El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
Este mensaje, tan breve como profundo, nos invita a revisar cómo nos situamos ante Dios y ante los demás. En una sociedad marcada por la competencia, el individualismo y la necesidad constante de mostrarnos exitosos, la humildad parece un valor en desuso. Sin embargo, Jesús nos enseña que sólo el humilde puede abrir verdaderamente su corazón al amor de Dios, porque reconoce que no se salva por sus propias obras, sino por la misericordia del Padre.
Hoy vemos con frecuencia el riesgo de la autosuficiencia espiritual y social: creernos mejores que los otros, mirar desde arriba al que se equivoca o al que piensa distinto. También en nuestras comunidades puede aparecer esa tentación de juzgar o de compararnos, olvidando que todos estamos necesitados del perdón y de la gracia. La soberbia encierra, pero la humildad libera; la primera divide, la segunda une.
Jesús nos invita a construir una sociedad y una Iglesia con espíritu humilde: que escuche, que se ponga al servicio, que acoja sin juzgar. En tiempos en que el orgullo y la dureza parecen imponerse, la humildad se convierte en un acto profético, una forma concreta de seguir al Señor. Para el Papa Francisco «Solo la humildad es el camino que nos conduce a Dios y, al mismo tiempo, precisamente porque nos conduce a Él, nos lleva también a lo esencial de la vida, a su significado más verdadero, al motivo más fiable por el que la vida vale la pena ser vivida».
Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a orar como el publicano, con el corazón sincero de quien sabe que necesita a Dios. Que sepamos reconocer nuestras fragilidades sin temor, y que nuestra vida sea reflejo de la compasión y la ternura del Padre. Sólo así podremos ser instrumentos de reconciliación y esperanza en medio del mundo que tanto la necesita.
+ Jorge Concha Cayuqueo, OFM
Obispo de la Diócesis de San José de Temuco







