Diócesis de Temuco

Volver al corazón para reconstruir la sociedad

En un contexto de extendida anomía —falta, debilitamiento o pérdida de normas o referentes comunes en nuestra sociedad— los textos de la liturgia de este domingo nos ofrecen pistas y luces para orientarnos.

En el libro del Deuteronomio, se nos dice que la ley de Dios está más cerca de lo que creemos: «No es algo superior a ti ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo… tampoco más allá del mar…» (Dt 30, 11-13). Está inscrita en el corazón del hombre y la puede cumplir. Algunos ven aquí una referencia a la ley natural, impresa en lo más profundo del ser humano, que lo hace capaz de orientar sus acciones y, principalmente, de no dañar a los demás. Para los que tenemos fe, esta ley ha sido puesta por Dios en el corazón y en la mente de cada persona, para ayudarle a conducirse hacia el bien, cuya fuente última es Dios mismo. Bastaría con que el ser humano prestara atención a su interioridad y activara esta disposición para actuar correctamente, orientado al bien.

Sin embargo, esto no siempre sucede. Con frecuencia el hombre pierde la capacidad de entrar en sí mismo, atrofiando facultades tan propias como la contemplación, la interiorización y el discernimiento, muchas veces reemplazadas por formas de superficialidad. Se instala la costumbre de culpar a otros, esperando que sea la comunidad —a través de leyes y normas— la que exija y garantice el respeto de derechos y deberes. Pero para vivir en una convivencia social sana, no basta con normas externas: es necesario que cada persona despierte su conciencia interior

Los creyentes creemos que el fundamento para una vida orientada al bien proviene de Dios. Los credos y las espiritualidades tienen la misión de ayudar a hombres y mujeres a dejarse guiar por estos principios, recurriendo a su interioridad y superando tantas formas de egoísmo, para buscar el bien común. Jesús, en el Evangelio de este domingo — el relato del Buen Samaritano (cfr. Lc 10, 25-37) — nos enseña a ser prójimos de los demás, a hacer el bien sin preguntarnos si el otro “es de los nuestros”, dándole importancia únicamente al hecho de que se trata de un semejante. Ese es el camino que conduce a la vida, «al bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero» (San Francisco de Asís).

Todos tenemos algún grado de responsabilidad frente a las diversas expresiones de  crisis que se advierten en nuestro país, la que sin duda tiene también expresiones de verdadera anomía, que puede escalar y llegar a ser muy grave, malogrando recursos, frustrando sueños y esperanzas. Que Dios nos ayude a salir pronto de esta situación, pero esa salida comienza con la toma de conciencia de la propia responsabilidad de cada ciudadano, especialmente de quienes formamos parte de las diversas instituciones de nuestra sociedad.

+ Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco